5.11.09

Interesante compañía, es aquella Doña Soledad….



Soledad… puede generarnos depresión, angustia y demás desafortunadas sensaciones…aunque no necesariamente; casi siempre actuamos como sombis, rodeados de gente, en la oficina, la calle, sombis que producen ese vacio tan numeroso y sofocante, esa si es una cruda y amarga soledad…

Pero cuando la elegimos,
cuando la buscamos…
puede ser un exquisito pretexto de reflexión,
angustiante honestidad consigo mismo,
mi equilibrio espiritual…
Ese espacio, donde me descubro
y comunico en lo mas profundo de mi ser,
con cada molécula,
libre de hacer y pensar lo que me plazca,
la suplica interior de hablar con mis miedos, mis sueños
y necesidades,
de sentirlos…
aunque claro,
podemos encontrar todo aquello que evadimos en
“nuestra realidad”…
Ignorarlo es mas sencillo,
saturarnos…
aquelarres, trabajo,
depender siempre
de una voz exterior a nuestro lado
o de lo que encontremos a nuestro paso, pero,
considero que al hacerlo, al ignorarnos
lograremos saturarnos de ese vacio
de perder nuestra solitaria compañía llena de deleites
y misterios de ti mismo….

Una de las mejores rolas de Bersuit:

Esperaría que no te asuste
este instante de sinceridad;
mi corazón vomita su verdad.
Es que hay una guerra entre dos
por ocupar el mismo lugar;
la urgencia o la soledad.
La soledad fue tan sombría
que no te dejó encontrar
tu naturaleza divina.
La urgencia ganó esta vez,
dispuesta a penetrarte,
prepotente y altiva.
Pero te pone loco en las noches,
rogando entrar
en los confines más oscuros.
Después te arrodillas
ante el amor maternal,suplicando ternura.
Por las noches la soledad desespera…

La soledad…

28.10.09

Táctica y estrategia...


Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
mi táctica
es quedarme
en tu recuerdo,
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
mi táctica
es ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
mi estrategia es
en cambio,
más profunda
y más simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo
ni sé con qué pretexto
por fin me necesites
Mario Bennedeti
SOY CAPAZ DE PERDONAR MUCHAS COSAS,
PERO HAY UNA EN LA QUE SOY IRREDUCTIBLE...
NO LE PERDONO A UN HOMBRE
BAJO NINGÚN PRETEXTO
QUE NO SEPA VOLAR.

26.10.09

Suculenta desnudez…



Tantas mascaras...
útiles y cómodas en ocasiones,
pero cegadoras e inútiles en muchas otras,
andamos por ahí, poniendo sonrisas
y alagando por compromisos
o por encajar en un circulo…
y si tan solo nos envolvemos en nuestra desnudez,
ella que es bella por su simpleza de ser,
sin pudores ni falsedades,
que fácil y delicioso es,
pero que difícil deshacerse de tantos miedos…

Y el pudor?
Estorbo constante que aprisiona tantos deleites,
mi desnudez,
dulce rutina,
en casa la ropa esta prohibida…

Límites impuestos por uno mismo,
quizás a destiempo e innecesarios,

empañando sublime imagen,
en breves momentos eres capaz de hacerlos a un lado
o en ocasiones hasta te olvidas de ellos,

Que mas da?
En comunión con el universo,
tu desnudez total,
tu esencia intacta,
pureza del alma,
magnificencia física,
sabiduría infinita…

Que me dices de tu desnudez?

21.10.09

No es nada de tu cuerpo...

No es nada de tu cuerpo
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca -tu boca
que es igual que tu sexo-,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada -¿qué es una mirada?
-triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un grano, ni un momento.
Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.

Jaime Sabines

De la integridad de los cuerpos resucitados...



Desde el fondo del sueño oyó los tres nocturnos de los maitines del nuevo día en el santuario vecino. «Dios te salve María de Todos los Ángeles», dijo dormido. Su propia voz lo despertó de pronto, y vio a Sierva María con la bata de reclusa y la cabellera a fuego vivo sobre los hombros, que tiró el clavel viejo y puso un ramo de gardenias recién nacidas en el florero del mesón. Delaura, con Garcilaso, le dijo de voz ardiente:

«Por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero».

Sierva María sonrió sin mirarlo. Él cerró los ojos para estar seguro de que no era un engaño de las sombras. La visión se había desvanecido cuando los abrió, pero la biblioteca estaba saturada por el rastro de sus gardenias.
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Cayetano aprendió pronto que un poder grande no se pierde a medias. Las mismas personas que antes lo cortejaban por su privanza le sacaban el cuerpo como a un leproso. Sus amigos de las artes y las letras mundanas se hicieron de lado para no tropezar con el Santo Oficio. Pero a él le daba lo mismo. No tenía más corazón que para Sierva María, y aun así no le bastaba. Estaba convencido de que no habría océanos ni montañas, ni leyes de la tierra o el cielo, ni poder del infierno que pudieran apartarlos. Una noche, por una inspiración desmesurada, escapó del hospital para colarse de cualquier modo en el convento. Había cuatro puertas. La principal, que era la del torno; otra de igual tamaño del lado del mar, y dos pequeñas de servicio. Las dos primeras eran infranqueables. A Cayetano le fue fácil identificar desde la playa la ventana de Sierva María en el pabellón de la cárcel, por ser la única que ya no estaba condenada. Revisó el edificio palmo a palmo desde la calle buscando en vano una brecha mínima por donde escalarlo. Estaba apunto de rendirse cuando recordó el túnel por donde la población abastecía el convento durante el Cessatio a Divinis. Los túneles, de cuarteles o de conventos, eran muy de la época. Había no menos de seis conocidos en la ciudad, y otros se fueron descubriendo en el curso de los años con sus arandelas de folletín. Un leproso que había sido sepulturero le reveló a Cayetano cuál era el que buscaba; un albañal en desuso que comunicaba el convento con un solar vecino donde el siglo anterior estuvo el cementerio de las primeras clarisas. Salía justo debajo del pabellón de la cárcel, y frente a un muro alto y áspero que parecía inaccesible. Sin embargo, Cayetano consiguió escalarlo al cabo de muchos intentos frustrados, como creía conseguirlo todo por el poder de la oración. El pabellón era un remanso en la madrugada. Seguro de que la vigilante dormía fuera, sólo se cuidó de Martina Laborde, que roncaba con la puerta entreabierta. Hasta ese momento lo había tenido en vilo la tensión de la aventura, pero cuando se vio frente a la celda, con el candado abierto en la argolla, el corazón se le salió de quicio. Empujó la puerta con la punta de .los dedos, dejó de vivir mientras duró el chillido de los goznes, y vio a Sierva María dormida a la luz de la veladora del Santísimo. Ella abrió los ojos de pronto, pero se demoró para reconocerlo con el camisón de lienzo de los enfermeros de leprosos. El le mostró las uñas ensangrentadas. «Escalé la tapia», le dijo sin voz. Sierva María no se conmovió. «Para qué», dijo. «Para verte», dijo él. No supo qué más decir, aturdido por el temblor de las manos y las grietas de la voz. «Váyase», dijo Sierva María. Él negó con la cabeza varias veces por miedo de que le fallara la voz. «Váyase», repitió ella. «O me pongo a gritar». Él estaba entonces tan cerca que podía sentir su aliento virgen. «Así me maten no me voy», dijo. Y de pronto se sintió del otro lado del terror, y agregó con voz firme: «De modo que si vas a gritar puedes empezar ya». Ella se mordió los labios. Cayetano se sentó en la cama y le hizo el relato minucioso de su castigo, pero no le dijo las razones. Ella entendió más de lo que él era capaz de decir. Lo miró sin recelos y le preguntó por qué no tenía el parche en el ojo. «Ya no me hace falta», dijo él, alentado. «Ahora cierro los ojos y veo una cabellera como un río de oro». Se fue al cabo de dos horas, feliz, porque Sierva María aceptó que volviera, siempre que le llevara sus dulces favoritos de los portales. Llegó tan temprano la noche siguiente que aún había vida en el convento, y ella tenía el candil encendido para terminar el bordado de Martina. La tercera noche llevó mechas y aceite para alimentar la luz. La cuarta noche, sábado, estuvo varias horas ayudándola a espulgarse de los piojos que habían vuelto a proliferar en el encierro. Cuando la cabellera quedó limpia y peinada, él sintió una vez más el sudor glacial de la tentación. Se acostó junto a Sierva María con la respiración desacordada y se encontró con sus ojos diáfanos a un palmo de los suyos. Ambos se aturdieron. Él, rezando de miedo, le sostuvo la mirada. Ella se atrevió a hablar: «¿Cuántos años tiene?» «Cumplí treinta y seis en marzo», dijo él. Ella lo escudriñó. «Ya es un viejecito», le dijo con un punto de burla. Se fijó en los surcos de su frente, y agregó con toda la inclemencia de su edad: «Un viejecito arrugado». El lo tomó con buen ánimo. Sierva María le preguntó por qué tenía un mechón blanco. «Es un lunar», dijo él. «De afeite», dijo ella. «De natura», dijo él. «También mi madre lo tuvo». Hasta entonces no había dejado de mirarla a los ojos y ella no daba muestras de rendirse. Él suspiró hondo, y recitó: « Oh dulces prendas por mí mal halladas» . Ella no entendió. «Es un verso del abuelo de mi tatarabuela», le explicó él. «Escribió tres églogas, dos elegías, cinco canciones y cuarenta sonetos. Y la mayoría por una portuguesa sm mayores gracias que nunca fue suya, primero porque él era casado, y después porque ella se casó con otro y murió antes que él». «¿También era fraile?» «Soldado», dijo él. Algo se movió en el corazón de Sierva María, pues quiso oir el verso de nuevo. Él lo repitió, y esta vez siguió de largo, con voz intensa y bien articulada, hasta el último de los cuarenta sonetos del caballero de amor y de armas, don Garcilaso de la Vega, muerto en la flor de la edad por una pedrada de guerra. Cuando terminó, Cayetano tomó la mano de Sierva María y la puso sobre su corazón. Ella sintió dentro el fragor de su tormenta. «Siempre estoy así», dijo él, y sin darle tiempo al pánico se liberó de la materia turbia que le impedía vivir. Le confesó que no tenía un instante sin pensar en ella, que cuanto comía y bebía tenía el sabor de ella, que la vida era ella a toda hora y en todas partes, como sólo Dios tenía el derecho y el poder de serIo, y que el gozo supremo de su corazón sería morirse con ella. Siguió hablándole sin mirarla, con la misma fluidez y el calor con que recitaba, hasta que tuvo la impresión de que Sierva María se había dormido. Pero estaba despierta, fijos en él sus ojos de cierva azorada. Apenas se atrevió a preguntar: «¿ Y ahora?» «Ahora nada», dijo él. «Me basta con que lo sepas». No pudo seguir. Llorando en silencio pasó su brazo por debajo de la cabeza de ella para que le sirviera de almohada, y ella se enroscó en su costado. Permanecieron así, sin dormir, sin hablar, hasta que empezaron a cantar los gallos, y él tuvo que apurarse para llegar a tiempo a la misa de cinco. Antes que se fuera, Sierva María le regaló el precioso collar de Oddúa: dieciocho pulgadas de cuentas de nacar y coral. El pánico había sido reemplazado por la zozobra del corazón. Delaura no tenía sosiego, hacía las cosas de cualquier modo, flotaba, hasta la hora feliz en que huía del hospital para ver a Sierva María. Llegaba jadeando a la celda ensopado por las lluvias perpetuas, y ella lo esperaba con tal ansiedad que la sola sonrisa de él le devolvía el aliento. Una noche fue ella quien tomó la iniciativa con los versos que aprendía de tanto oírlos. « Cuando me paro a contemplar mi estado ya ver los pasos por donde me has traído», recitó. y preguntó con picardía: «¿Cómo sigue?» « Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme», dijo él. Ella lo repitió con la misma ternura, y continuaron así hasta el final del libro, saltando versos, pervirtiendo y tergiversando los sonetos por conveniencia, jugueteando con ellos a su antojo con un dominio de dueños. Se durmieron de cansancio. La guardiana entró con el desayuno a las cinco, en medio de la algazara de los gallos, y ambos despertaron asustados. Se les paró la vida. La vigilante puso el desayuno en la mesa, hizo una inspección de rutina con el farol, y salió sin ver a Cayetano en la cama. «Lucifer es un bicho», se burló él cuando recobró el aire. «También a mí me ha vuelto invisible». Sierva María tuvo que refinar su astucia para que la vigilante no volviera a entrar en la celda aquel día. Tarde en la noche, después de una jornada entera de retozos, se sentían amados desde siempre. Cayetano, entre broma y de veras, se atrevió a zafarle a Sierva María el cordón del corpiño. Ella se protegió el .pecho con las dos manos, y hubo un destello de furia en sus ojos y una ráfaga de rubor le encendió la frente. Cayetano le agarró las manos con el pulgar y el índice, como si estuvieran a fuego vivo, y se las apartó del pecho. Ella trató de resistir, y él le opuso una fuerza tierna pero resuelta. «Repite conmigo», le dijo: «En fin a vuestras manos he venido». Ella obedeció. «Do sé que he de morir», prosiguió él, mientras le abría el corpiño con sus dedos helados. Ella lo repitió casi sin voz, temblando de miedo: «Para que sólo en mí fuese probado cuánto corta una espada en un rendido». Entonces la besó en los labios por primera vez. El cuerpo de Sierva María se estremeció con un quejido, soltó una tenue brisa de mar y se abandonó a su suerte. Él se paseó por su piel con la yema de los dedos, sin tocarla apenas, y vivió por primera vez el prodigio de sentirse en otro cuerpo. Una voz interior le hizo ver qué lejos había estado del diablo en sus insomnios de latín y griego, en los éxtasis de la fe, en los yermos de la
pureza, mientras ella convivía con todas las potencias del amor libre en las barracas de los esclavos. Se dejó guiar por ella, tanteando en las tinieblas, pero se arrepintió en el último instante y se desbarrancó en un cataclismo moral. Permaneció bocarriba con los ojos cerrados. Sierva María se asustó de su silencio y su quietud de muerte, y lo tocó con un dedo. «¿Qué le pasa?», le preguntó.
«Déjame ahora», murmuró él. «Estoy rezando». En los días siguientes sólo tuvieron instantes de sosiego mientras estaban juntos. No se saciaron de hablar de los dolores del amor. Se agotaban a
besos, declamaban llorando a lágrima viva versos de enamorados, se cantaban al oído, se revolcaban en cenagales de deseo hasta el límite de sus fuerzas; exhaustos pero vírgenes. Pues él había decidido mantener su voto hasta recibir el sacramento, y ella lo compartió.
En las pausas de la pasión intercambiaron pruebas excesivas. Él le dijo que sería capaz de cualquier cosa por ella. Sierva María le pidió con una crueldad infantil que se comiera por ella una cucaracha. Él la atrapó antes de que ella pudiera impedirlo, y se la comió viva. En otros desafíos vesánicos él le preguntó si se cortaría la trenza por él, y ella dijo que sí, pero le advirtió en broma o en serio que en ese caso tendría que casarse con ella para cumplir la condición de la manda. Él llevó a la celda un cuchillo de cocina, y le dijo: «Veamos si es cierto». Ella se volvió de espaldas para que él pudiera cortar de raíz. Lo instó: «Atrévase». No se atrevió. Días después, ella le preguntó si se dejaría degollar como un chivo. Él dijo que sí con firmeza. Ella sacó el cuchillo y se dispuso a probarlo. Él saltó de terror con el escalofrío final. «Tú no», dijo. «Tú no». Ella, muerta de risa, quiso saber por qué, y él le dijo la verdad:«Porque tú sí te atreves». En los remansos de la pasión empezaron a disfrutar también de los tedios del amor cotidiano. Ella mantenía la celda limpia y en orden para cuando él llegaba con la naturalidad del marido que volvía a casa. Cayetano la enseñaba a leer y escribir y la iniciaba en el culto de la poesía y la devoción del Espíritu Santo, a la espera del día feliz en que fueran libres y casados.


Al amanecer del 27 de abril, Sierva María empezaba a dormirse después que Cayetano abandonó la celda, cuando entraron a buscarla sin anuncio para iniciar los exorcismos. Fue el ritual de un condenado a muerte. La llevaron a rastras al abrevadero, la lavaron a baldazos, la despojaron a tirones de sus collares y le pusieron el camisón brutal de los herejes. Una monja de jardinería le cortó la cabellera hasta la altura de la nuca con cuatro mordiscos de unas cizallas de podar, y la arrojó a la hoguera encendida en el patio. La monja peluquera acabó de tundirle los cabos del tamaño de media pulgada, como lo usaban las clarisas debajo del velo, y fue echándolos al fuego a medida que los cortaba. Sierva María vio la deflagración dorada y oyó la crepitación de la leña virgen y sintió el tufo acre de cuerno quemado sin que se le moviera un músculo de su rostro de piedra. Por último le pusieron una , camisa de fuerza, la taparon con un trapo fúnebre y dos esclavos la llevaron a la capilla en una parihuela de soldados. El obispo había convocado al Cabildo Eclesiástico, compuesto por prebendados esclarecidos, y estos habían escogido a cuatro de los suyos para que lo asistieran en el procedimiento de Sierva María. En un último acto de afirmación el obispo se sobrepuso a las miserias de su salud. Dispuso que la ceremonia no fuera en la catedral, como en otras ocasiones memorables, sino en la capilla del convento de Santa Clara, y asumió en persona la ejecución del exorcismo. Las clarisas encabezadas por la abadesa estuvieron en el coro desde antes de los maitines, y allí los cantaron con acompañamiento de órgano, conmovidas por la solemnidad del día que despuntaba. Enseguida entraron los prelados del Cabildo Eclesiástico, los prebostes de tres órdenes y los principales del Santo Oficio. Aparte de estos últimos, no había ni habría ningún civil. El obispo entró el último en atuendo de gran ceremonia, llevado en andas por cuatro esclavos y con un aura de aflicción inconsolable. Se sentó frente al altar mayor ,junto al catafalco de mármol de los funerales grandiosos, en una poltrona giratoria que le facilitaba el manejo del cuerpo. A las seis en punto, los dos esclavos llevaron a Sierva María en la parihuela, con la camisa de fuerza y todavía tapada con el paño morado. El calor se hizo insoportable durante la misa cantada. Los bajos del órgano retumbaban en el artesonado, y apenas si dejaban grietas para las voces insípidas de las clarisas invisibles detrás de las celosías del coro. Los dos esclavos medio desnudos que habían llevado la parihuela de Sierva María permanecieron en guardia junto a ella. La descubrieron al final de la misa y la dejaron tendida como una princesa muerta sobre el catafalco de mármol. Los esclavos del obispo lo pusieron junto a ella en la poltrona, y los dejaron solos en un amplio espacio frente al altar mayor. Lo que siguió fue una tensión invivible y un silencio absoluto que parecían el preludio de algún prodigio celestial. Un acólito puso al alcance del obispo el acetre del agua bendita. Él agarró el hisopo como un mazo de guerra, se inclinó sobre Sierva María, y la asperjó a lo largo del cuerpo murmurando una oración. De pronto profirió el conjuro que estremeció los fundamentos de la capilla. «Quienquiera que seas», gritó. «Por orden de Cristo, Dios y Señor de todo lo visible y lo invisible, de todo lo que es, lo que fue y lo que ha de ser, abandona ese cuerpo redimido por el bautismo vuelve a las tinieblas». Sierva María, fuera de sí por el terror, gritó también. El obispo aumentó la voz para acallarla, pero ella gritó más. El obispo aspiró a fondo y volvió a abrir la boca para continuar el conjuro, pero el aire se le murió dentro del pecho y no pudo expulsarlo. Se derrumbó de bruces, boqueando como un pescado en tierra, y la ceremonia terminó con un estrépito colosal. Cayetano encontró aquella noche a Sierva María tiritando de fiebre dentro de la camisa de fuerza. Lo que más lo indignó fue el escarnio del cráneo pelado. «Dios del cielo», murmuró con una rabia sorda, mientras la liberaba de las correas. «Cómo es posible que permitas este crimen». Tan pronto como quedó libre, Sierva María le saltó al cuello, y permanecieron abrazados sin hablar mientras ella lloraba. Él la dejó desahogarse. Luego le levantó la cara y le dijo: «No más lágrimas». Y enlazó con Garcilaso: «Bastan las que por vos tengo lloradas» Sierva María le contó la terrible experiencia de la capilla. Le habló del estruendo de los coros que parecían de guerra, de los gritos alucinados del obispo, de su aliento abrasador, de sus hermosos ojos verdes enardecidos por la conmoción. «Era como el diablo», dijo.



Del amor y otros demonios
Gabriel García Márqiez

16.10.09

Pizano....dicese, ser noble a quien le debo mi alma



Asi es, pizano, el lic pizano hoy 16 de octubre 2009 me acaba de dar una de las contadas mayores alegrias que he tenido en mi vida, y le deberé uno de los mejores dias de mi vida, en verdad uno de los mejores dias de mi vida.


Pizano: ser extraño

Perfil:Sr. cara de papa (envidiable por cierto)

Conducta: La mejor, excelente, compañero desinteresado, de las personas que quisieras cerca de ti siempre, inteligente y noble, mi guru, ese señor me ha enseñado grandes cosas en este camino a la perversion, guia espiritual, posee la mejor guayabera, bautizara a mi hijo en una misa negra.


Estaré en deuda con el toda mi vida, el lunes le pagare mis boletos de cold play, jaja esa deuda no durara mucho, pero, la deuda real estara toda mi vida, me acaba de regalar una de mis mejores noches en toda mi vida, GRACIAS PIZANO!!!!!!!!!!!!!!!!!

No quiso repetirme el poema que se, le habria gustado leer en este espacio, hiba mas o menos asi....


La niña y la flor y luego la niña perdio o rompio la flor, no se, en verdad era bueno...


Por la ausencia del poema, dedicaremos la aportacion de Hectorin....


Duvalin.... cremoso, azucarado, viscoso pero sabroso....


Pizano...

Que la fortuna siga tu rastro y la mejor musica de Sanz alimente como hasta ahora tu ser noble y sabio...

GRAZIAZ....

Locura...donde empieza?


Quienes estamos cerca o dentro, no la vemos, aunque, si lo hacemos, a veces no actuamos mas que para llenarnos y beneficiarnos de los vicios que nos conlleva…

“Dr” John R. Brinkley…charlatan, inteligente? Quizás, aunque, no me gusta verlo así, mas bien, una mas de las figuras infinitas que aparecen una y otra vez, con la virtud de liderazgo, circunstancias y momentos adecuados para alimentarse de conocimientos básicos y manipular masas o algo mas, beneficiarse de millones, pero, es realmente lo que importa? No lo creo
Poder…enfermedad crónica a la que todos estamos propensos y alguna vez la padecimos o llegaremos a sentir…
Hoy, rodeados de imbéciles locos extasiados de poder, con un lindo y sugestivo discurso, manipulando seres susceptibles, tocando fibras, las mas frágiles, obteniendo a costa del manipuleo, el suficiente número para hacer ruido y alimentar sus demonios, nuestros demonios…
Y entonces esos seres, esos dementes que aparecen y reaparecen, hasta que ya tienen el poder suficiente para jodernos, no hacen mas que respirar y joder; tan solo observamos, observamos y opinamos, luchamos por nuestro pellejo en ese instante y nada mas.
“Maravilloso elixir de las glándulas de chivo” (trasplante de testículos de chivo a hombres)??? Jamás funcionó y con todo y las muertes, nadie lo detuvo. Sin embargo, cuanta gente manipulo…a unas décadas después, seguimos en lo mismo, cerrando nuestras bocas a cambio de despensas o de ser los menos afectados.

Poder…alguna vez, por breves instantes lo he sentido… exquisito…pero, tan solo es eso, el poder de decidir que tanto jodes a alguien para beneficiarte, o el poder de ayudar y reducir tus satisfacciones…

De haber conservado las sabanas de seda de mi padre, se que me habría llenado de ming, quizás también de vicios prostituidos, porque, lo que hoy soy es lo que forjo mi madre, ofreciendo avón día a día, que tan susceptibles somos? Que haríamos con un poco de el…
Aunque mis demonios, ellos, que no lucran con mis vicios, esos demonios que me llenan de placer y que viven cual deseo y emociones le ordenan, me fascinan… mis demonios, tus demonios?...
Lucura exquisitamente deliciosa...
Ser humano al fin y al cabo.

14.10.09

A un ser honorable, transparente y noble...

Y en el camino a la redención, situaciones que creí inexistentes…
sentimientos y emociones incontrolables, con dudas, 
pero con la firme convicción de que al llegar...todo estará bien…
...Voltear atrás sin temores, 
con la frente mas en alto y con las rodillas bien cicatrizadas,
Un proceso mas, 
cuan doloroso será...
tengo la certeza de que no mas de lo que ya fué...
y por eso, 
MIL GRACIAS DAVID!...

"Y cuando te vea, esta vez yo te pediré un abrazo”

Quizas algun dia....


Dirá usted que de dónde tanta confiancita, que de cuál fumó esta cigarrera tan vieja y tan habladora, pero es que le quería pedir algo un poco especial, cómo le diré, un favor extraño, y como no me gustan los malentendidos prefiero empezar desde el principio ¿no?, ponerlo en antecedentes. Usted tiene cara de buena persona, por eso me animé a molestarlo, no crea que a cualquiera le cuento mi vida, sólo a gentes con educación, con experiencia, que se vea que entienden las cosas del sentimiento.
Le decía pues que recién llegada de Pinotepa trabajé aquí en El Sarape, de esto hará veintitantos años, cuando el cabaret era otra cosa. Teníamos un show de calidad, ensayábamos nuestras coreografías, no como ahora que las chicas salen a desnudarse como Dios les da a entender. Mire, no es por agraviar a las jóvenes pero antes había más respeto al público, más cariño por la profesión. Claro que también la clientela era diferente, venían turistas de todo el mundo, suizos, franceses, ingleses, así daba gusto salir a la pista. Yo entiendo a las muchachas de ahora, no crea. ¿Para qué le van a dar margaritas a los puercos? Los de Acapulco todavía se comportan, pero llega cada chilango que dan ganas de sacarlo a patadas, oiga, nomás vienen a la zona a molestar a las artistas, a gritarles de chingaderas, y lo peor es que a la mera hora no se van con ninguna, yo francamente no sé a qué vienen.
Pues bueno, aquí donde me ve tenía un cuerpazo. Empecé haciendo un número afroantillano, ya sabe, menear las caderas y revolcarme en el suelo como lagartija, zangoloteándome toda, un poco al estilo de Tongolele pero más salvaje. Tenía mucho éxito, no es por nada pero merecía cerrar la variedad, yo me daba cuenta porque los hombres veían mi show en silencio, atarantados de calentura, en cambio a Berenice, la dizque estrella del espectáculo, cada vez que se quitaba una prenda le gritaban mamacita, bizcocho, te pongo casa, o sea que los ponía nerviosos por falta de recursos, y es que la pobre no sabía moverse, muy blanca de su piel y muy platinada pero de arte, cero.
Fue por envidia suya que me obligaron a cambiar el número. No aguantó que yo le hiciera sombra. Según don Sabás, un gordo que administraba el cabaret pero no era el dueño, el dueño era el amante de Berenice, por algo sé de dónde vino la intriga, según ese pinche barrigón, que en paz descanse, mi número no gustaba. ¡Hágame usted el favor! Para qué le cuento cómo me sentí. Estaba negra. Eso te sacas por profesional, pensé, por tener alma de artista y no alma de puta. Ganas no me faltaron de gritarle su precio a Sabás y a todo el mundo, pero encendí un cigarro y dije cálmate, no hagas un escándalo que te cierre las puertas del medio, primero escucha lo que te propone el gordo y si no va contra tu dignidad, acéptalo.
Me propuso actuar de pareja con un bailarín, fingir que hacíamos el acto sexual en el escenario, ve que ahora ese show lo dan dondequiera pero entonces era novedad, él acababa de verlo en Tijuana y le parecía un tiro. La idea no me hizo mucha gracia, para qué le voy a mentir, era como bajar de la danza a la pornografía, pero me discipliné porque lo que más me importaba era darle una lección a la Berenice ¿no?, chigármela en su propio terreno, que viera que yo no sólo para las maromas servía. En los ensayos me pusieron de pareja a un bailarín muy guapo, Eleazar creo se llamaba, lo escogieron a propósito porque de todos los del Sarape era el menos afeminado, tenía espaldotas de lanchero, mostacho, cejas a la Pedro Armendáriz. Lástima de hombrón. El pobre no me daba el ancho, nunca nos compenetramos. Era demasiado frío, sentía que me agarraba con pinzas, como si me tuviera miedo, y yo necesitaba entrar un poco en papel para proyectar placer en el escenario ¿no? Bueno, pues gracias a Dios la noche del debut Eleazar no se presentó en el Sarape. El día anterior se fue con un gringo que le puso un pent-house en Los Angeles, el cabrón tenía matrimonio en puerta, por algo no se concentraba. Nos fuimos a enterar cuando ya era imposible cancelar el show, así que me mandaron a la guerra con un suplente, Gamaliel, que más o menos sabía cómo iba la cosa por haber visto los ensayos pero era una loca de lo más quebrada, toda una dama, se lo juro. Sabás le hacía la broma de aventarle unas llaves porque siempre se le caían, y para levantarlas se agachaba como si trajera falda, pasándose una mano por las nalgas, muy modosito él. Por suerte se me prendió el foco y pensé, bueno, en vez de hacer lo que tenías ensayado mejor improvisa, no te sometas al recio manejo del hombre ahora que ni hombre hay, haz como si el hombre fuera tú y la sedujeras a esta loca.
Santo remedio. Gamaliel empezó un poco destanteado, yo le restregaba los pechos en la cara y él haga de cuenta que se le venía el mundo encima, no hallaba de dónde agarrarme, pero apenas empecé a fajármelo despacito, maternalmente, apenas le di confianza y me puse a jugar con él como su amiga cariñosa, fui notando que se relajaba y hasta se divertía con el manoseo, tanto que a medio show él tomo la iniciativa y se puso a dizque penetrarme con mucho estilo, siguiendo con la pelvis la cadencia del mambo en sax mientras yo lo estimulaba con suaves movimientos de gata. Estaba Gamaliel metido entre mis piernas, yo le rascaba la espalda con las uñas de los pies y de pronto sentí que algo duro tocaba mi sexo como queriendo entrar a la fuerza. Vi a Gamaliel con otra cara, con cara de no reconocerse a sí mismo, y entonces la vanidad de mujer se me subió a la cabeza, me creí domadora de jotos o no sé qué y empecé a sentirme de veras lujuriosa, de veras lesbiana, mordí a Gamaliel en una oreja, le saqué sangre y si no se acaba la música por Dios que nos ponemos a darle de verdad enfrente de todo el mundo.
Nos ovacionaron como cinco minutos, lo recuerdo muy bien porque al salir la tercera vez a recibir los aplausos Gamaliel me jaló del brazo para meterme por la cortina y a tirones me llevó hasta mi camerino porque ya no se aguantaba las ganas. Tampoco yo, para ser sincera. Caímos en el sofá encima de mis trajes y ahí completamos lo que habíamos empezado en la pista pero esta vez llegando hasta el fin, desgarrándonos las mallas, oyendo todavía el aplauso que ahora parecía sonar dentro de nosotros como si toda la excitación del público se nos hubiera metido al cuerpo, como si nos corrieran aplausos por las venas.
Después Gamaliel estuvo sin hablarme no sé cuántos días, muerto de pena por el desfiguro. Hasta los meseros se habían dado cuenta de lo que hicimos y comenzaron a hacerle burla, no que te gustaba la coca cola hervida, chale, ya te salió lo bicicleto, lo molestaban tanto al pobre que yo le dije a Sabás oye, controla a tu gente, no quiero perder a mi pareja por culpa de estos mugrosos. En el escenario seguíamos acoplándonos de maravilla pero él ahora no se soltaba, tenía los ojos ausentes, la piel como entumida, guardaba las distancias para no pasarse de la raya y esa resistencia suya me alebrestaba el orgullo porque se lo confieso, Gamaliel me había gustado mucho en el camerino y a fuerzas quería llevármelo otra vez de trofeo pero qué esperanza, él seguía tan profesional, tan serio, tan en lo suyo que al cabo de un tiempo dije olvídalo, éste nada mas fue hombre de un día.
Cuál no sería mi sorpresa cuando a los dos meses o algo así de que habíamos debutado me lo encuentro a la salida del Sarape, ya de mañana, borracho y con una rosa de plástico en la mano, diciendo que me había esperado toda la noche porque ya no soportaba el martirio de quererme. Dicen que los artistas no se deben enamorar, pero yo al amor nunca le saqué la vuelta, quién sabe si por eso acabé tan jodida. Gamaliel se vino a vivir conmigo al cuarto que tenía en el hotel Oviedo. Aunque nos veíamos diario cada vez nos gustábamos más. Lo de hacer el amor después del show se nos hizo costumbre, a veces ni cerrábamos la puerta del camerino de tanta prisa. Y cuidado con oír aplausos en otra parte, yo no sé qué nos pasaba, con decirle que hasta viendo la televisión, cuando el locutor pedía un fuerte aplauso para Sonia López o Los Rufino, ya nomás con eso sentíamos hormigas en la carne. El amor iba muy bien pero al profesionalismo se lo llevó la trampa. Gamaliel resultó celoso. No le gustaba que fichara, me quería suya de tiempo completo. Para colmo se ofendía con los clientes que lo albureaban, y es que seguía siendo tan amanerado como antes y algunos borrachos le gritaban de cosas, que ese caldo no tiene chile, que las recojo a las dos, pinches culeros, apuesto que ni se les paraba, ninguno de ellos me hubiera cumplido como Gamaliel. Llegó el día en que no pudo con la rabia y se agarró a golpes con un pelirrojo de barbas que se lo traía de encargo. El pelirrojo era compadre del gobernador y amenazó con clausurar el Sarape. Sabás quiso correr a Gamaliel solo pero yo dije ni madres, hay que ser parejos, o nos quedamos juntos o nos largamos los dos.
Nos largamos los dos. En la zona de Acapulco ya no quisieron darnos trabajo, que por revoltosos. Fuimos a México y al poco rato de andar pidiendo chamba nos contrataron en El Club de los Artistas, que entonces era un sitio de catego. Por sugerencia del gerente modernizamos el show. Ahora nos llamábamos Adán y Eva y salíamos a escena con hojas de parra. El acompañamiento era bien acá. Empezaba con acordes de arpa, o sea, música del amor puro, inocente, pero cuando Gamaliel mordía la manzana que yo le daba se nos metía el demonio a los dos con el requintazo de Santana. Ganábamos buenos centavos porque aparte del sueldo nos pagaban por actuar en orgías de políticos. Se creían muy depravados pero daban risa. Mire, a mí esos tipos que se calientan a costa del sudor ajeno más bien me dan compasión, haga de cuenta que les daba limosna, sobras de mi placer. En cambio a Gamaliel no le gustaba que anduviéramos en el deprave. Ahora le había entrado el remordimiento, se ponía chípil por cualquier cosa. Es que no tenemos intimidad, me decía, estoy harto de que nos vean esos pendejos, a poco les gustaría que yo los viera con sus esposas.
Aprovechando que teníamos nuestros buenos ahorros decidimos retirarnos de la farándula. Gamaliel entró a trabajar de manicurista en una peluquería, yo cuidaba el departamento que teníamos en la Doctores y empezamos a hacer la vida normal de una pareja decente, comer en casa, ir al cine, acostarse temprano, domingos en La Marquesa, o sea, una vida triste y desgraciada. Triste y desgraciada porque al fin y al cabo la carne manda y ahora Gamaliel se había quedado impotente, me hacía el amor una vez cada mil años, malhumorado, como a la fuerza ¿y sabe por qué? Porque le faltaba público, extrañaba el aplauso que es el alimento del artista. Será por la famosa intuición femenina pero yo enseguida me di cuenta de lo que nos pasaba, en cambio Gamaliel no quería reconocerlo, él decía que ni loco de volver a subirse a un escenario, que de manicurista estaba muy a gusto, y pues yo a sufrir en la decencia como mujercita abnegada hasta que descubrí que Gamaliel había vuelto a su antigua querencia y andaba de resbaloso con los clientes de la peluquería.
Eso sí que no lo pude soportar. Le dije que o regresábamos al telón o cada quién jalaba por su lado. Se puso a echar espuma por la boca, nunca lo había visto tan furioso, empezó a morderse los puños, a gritarme que yo con qué derecho le quería gobernar la vida si a él las viejas ni le gustaban, pinches viejas. Pues entonces por qué me regalaste la rosa de plástico, le reclamé, por qué te fuiste a vivir conmigo, hijo de la chingada. Con eso lo ablandé. Poco a poco se le fue pasando el coraje, luego se soltó a chillar y acabó pidiéndome perdón de rodillas, como en las películas, jurando que nunca me dejaría, ni aunque termináramos en el último congal del infierno.
Como en la capital ya estábamos muy vistos fuimos a recorrer la zona petrolera, Coatzacualcos, Reynosa, Poza Rica, ve que por allá la gente se gasta el dinero bien y bonito. Los primeros años ganamos harta lana. El problema fue que Gamaliel empezó a meterle en serio a la bebida. Se le notaba lo borracho en el show, a veces no podía cargarme o se iba tambaleando contra las mesas. El público lógicamente protestaba y yo a la greña con los empresarios que me pedían cambiarlo por otro bailarín. Una vez en Tuxpan armamos el escándalo del siglo. Yo esa noche también traía mis copas y nunca supe bien qué pasó, de plano se nos olvidó la gente, creíamos que ya estábamos en el camerino cogiendo muy quitados de la pena cuando en eso se trepan a la pista unos tipos malencarados que me querían violar, yo también quiero, mamita, dame chance, gritaban con la cosa fuera. Tras ellos se dejó venir la policía dando macanazos, madres, a mí me tocó uno, mire la cicatriz aquí en la ceja, se armó una bronca de todos contra todos, no sé a quién le clavaron un picahielo y acabamos Adán y Eva en una cárcel que parecía gallinero, sepárenlos, decía el sargento, a esos dos no me los pongan juntos que son como perros en celo.
Ahí empezó nuestra decadencia. Los dueños de centros nocturnos son una mafia, todos se conocen y cuando hay un desmadre como ése luego luego se pasan la información. Ya en ningún lado nos querían contratar, nomás en esos jacalones de las ciudades perdidas que trabajan sin permiso. Además de peligroso era humillante actuar ahí, sobre todo después de haber triunfado en sitios de categoría. En piso de tierra nuestro show se acorrientaba y encima yo acababa llena de raspones. Intentamos otra vez el retiro pero no se pudo, el arte se lleva en la sangre y a esas alturas ya estábamos empantanados en el vicio de que nos aplaudieran. Cuando pedíamos trabajo se notaba que le teníamos demasiado amor a las candilejas, íbamos de a tiro como limosneros, dispuestos a aceptar sueldos de hambre, dos o tres mil pesos por noche, y eso de perder la dignidad es lo peor que le puede pasar a un artista. Luego agréguele que la mala vida nos había desfigurado los cuerpos. Andábamos por los cuarenta, Gamaliel había echado panza, yo no podía con la celulitis, un desastre, pues. De buena fe nos decían que por qué no cantábamos en vez de seguir culeando. Tenían razón, pero ni modo de confesarles que sin público nada de nada.
Para no hacer el cuento largo acabamos trabajando gratis. De exhibicionistas nadie nos bajaba. Por lástima, en algunas piqueras de mala suerte nos dejaban salir un rato al principio de la variedad, y eso cuando había poca gente. Nos ganábamos la vida vendiendo telas, joyas de fantasía, relojes que llevábamos de pueblo en pueblo. Así anduvimos no sé cuánto tiempo hasta que un día dijimos bueno, para qué trajinamos tanto si en Acapulco tenemos amigos, vámonos a vivir allá, y aquí nos tiene desde hace tres años, a Dios gracias con buena salud, trabajando para Berenice que ahora es la dueña del Sarape, mírela en la caja cómo cuenta sus millones la pinche vieja. Gamaliel es el señor que recoge los tacones a las vedettes, ¿ya lo vio?, el canoso de la cortina. Guapo ¿verdad? Tiene cincuenta y cuatro pero parece de cuarenta, o será que yo lo veo con ojos de amor. ¿A poco no es bonito querer así? No hace falta que me dé la razón, a leguas se ve que usted sí comprende, por eso le quería contar mi vida, para ver si es tan amable de hacerme un favorcito. Ahí en el pasillo, detrás de las cajas de refresco, tenemos nuestro cuarto Gamaliel y yo. Tenga, es todo lo que traigo, acéptemelo por caridad, ya sé que no es mucho pero tampoco le voy a pedir un sacrificio. Nomás que nos mire, y si se puede, aplauda.
El alimento del artista
Enrique Serna

13.10.09

El amor verdadero, el amor eterno, el vivir felices para siempre, estar en las buenas y las malas hasta que la muerte nos separe...



Siempre es tragico...en la vida real, no existe...
Elena y su esposo fallecido dentro de sus 40s (aunque con detallitos), diario de una pasión, dulce noviembre, un ángel enamorado…y fuera de mas novelas, no entiendo con claridad al "amor verdadero", eterno, ¿realmente existe? la mayoría de las veces, el amor se acaba, aunque a muchos no nos guste la idea, no es eterno, no es mágico, es hermoso y hace cometer muchas tonterías, la pimienta de la vida, indispensable para respirar, pero no es mágico y al parecer si tiene un fin…

“Te desesperaba que no fuera como tu querías que fuera y a mi me desesperaba que no podía ser como tu querías, que dilema"….

Nos decimos tantas veces no caeremos en la monotonía, te amo, naciste para mi y yo para ti…cuando menos nos damos cuenta, todo eso ya es mera frase hecha y entonces te quedas atrás, se queda atrás y no hay mas que costumbre y desgaste, al final los dos terminan, los dos terminamos dándonos en la madre tratando de rescatar lo irrescatable, puedes quedarte años haciendo eso y después…los heridos, las culpas, las heridas que quizás nunca sanen, quien la pasa peor? El que deja o a quien dejan? Yo creo que el que deja, 

aunque aun no he llegado a mi parada y no conozco el otro lado de la moneda…

“Te quiero mucho chamaca solo se feliz…”


Honestamente no recuerdo con claridad el porque o las justificaciones, lo único que recuerdo sin lugar a dudas es que ha sido de las personas mas maravillosas que Dios puso en mi camino y que el haber sentido tanto de él, 
es de las cosas mas sublimes que mi corazón será capaz de percibir...

Que hombre tan maravilloso...